martes, 29 de marzo de 2011

Vivir en Quebec, por La nación


En los últimos cinco años, 300 argentinos –que se suman a los varios miles que residen allí desde hace décadas– fueron admitidos para trabajar o desarrollar una empresa en Quebec, fruto de un plan del gobierno de esa región canadiense.
La región francófona de Canadá es un lugar próspero, democrático y multicultural, donde la expectativa de vida supera los 75 años para los hombres y los 80 para las mujeres, y cuyo PBI sobrepasa los 18.000 dólares por habitante, frente a los 3500 que hoy tiene la Argentina.
En medio de tal bonanza, Quebec enfrenta hoy el problema de su baja densidad demográfica. Siete millones de personas francófonas son muy pocas en el subcontinente norteamericano, donde viven más de 300 millones de anglohablantes, con una cultura protestante. Por eso no es extraño que –mientras otros países diseñan mecanismos de exclusión– las autoridades de Quebec hayan concebido una política inmigratoria receptiva a gente joven y emprendedora.
Las posibilidades son escasas porque no aceptan a cualquiera, sino preferentemente a jóvenes entre los 20 y los 40 años, francófonos o con buen manejo del francés y, sobre todo, con una formación apta para insertarse en un marco laboral sofisticado: biotecnología, aeronavegación espacial, farmacología, tecnología multimediática, además de emprendedores capaces de demostrar su solvencia económica en esas áreas, y gente con determinados oficios, de los cuales la demanda supera a la oferta local.
A las exigencias profesionales y el idioma –que permiten calificar mejor o peor según los parámetros de un riguroso examen previo–, se suma el escollo de un clima poco hospitalario, con un invierno largo durante el cual el sol se ausenta y las temperaturas pueden superar los 20º bajo cero. Para los quebequeses, se trata de una temporada de rigores matizados por el esplendor de la nieve y sus rituales. Pero los recién llegados suelen carecer de medios para tener un auto o practicar esquí y, también, de amigos o familiares a quienes recurrir.
El aislamiento provocado por el clima, la opacidad inicial de una cultura cercana pero diferente y las zancadillas del idioma pueden vencer a más de uno. Ni que hablar de aquellos argentinos profesionales que no le perdonan al resto del mundo su prescindencia de la viveza criolla, el fútbol y el asado con cuero: Quebec puede tolerarlos, pero no los estimula.
La Revista estuvo allí para comprobar la notable calidad de vida de la región, la modernidad cosmopolita de Montreal, la pintoresca vitalidad de Quebec y la pujanza de Sherbrooke. También habló con argentinos que aceptaron el desafío de vivir en una sociedad diferente; y recogió la opinión de Jorge Riaboi, cónsul general de la Argentina.
Anestesia total
Para Saúl Ciecha, un comerciante de 46 años, que se fue de Buenos Aires a Montreal con su mujer y sus hijos 12 años atrás: “No hay secretos ni recetas: todo depende de cómo está dispuesto uno a negociar internamente su integración. Si uno no está dispuesto a trabajar durante varios años en otra actividad para mantenerse hasta que aparezca la ocasión de ejercer su oficio, no va a tener éxito. Yo me anestesié por cuatro años cuando llegué”.
Además de ventajas objetivas –un salario mínimo que permite satisfacer las necesidades básicas y el hecho de que la educación y la salud sean gratuitas–, Ciecha rescata una diferencia más elemental: “En América del Sur, las cosas sólo funcionan bien cuando el líder –de un hospital, de una biblioteca, de una escuela– es muy bueno y responsable. Aquí no es necesario, porque las cosas están organizadas como para que uno no tenga que ser ni excepcional ni agresivamente competitivo para que le vaya bien. Acá no tenés que esperar el milagro de que te descubra el jefe de una empresa privada y te saque de la Universidad estatal. Si sos medianamente bueno, aunque seas tímido o no sepas disfrazarte, de todos modos vas a tener cabida”. Lo dice un hombre que hoy hace buenos negocios en el rubro del vestido, mientras su mujer ha alcanzado el mismo nivel profesional que tenía en la Argentina –directora de un jardín de infantes–, y sus hijos tienen una sólida base profesional.
La madre del candidato
Mónica Viaña llegó desde su Tucumán natal a Montreal, perseguida por la Triple A, a comienzos de 1976. “A través de unos amigos, logramos que nos invitaran a mi marido y a mí como profesores y, más tarde, obtuvimos la condición de asilados políticos. Los primeros tiempos fueron durísimos: el clima, en invierno, es realmente espantoso, y no saber francés y no tener amigos ni parientes, en esas condiciones puede ser terrible. Eso sí, en Quebec han sido siempre muy hospitalarios. Y ahora, además, el servicio de acogida a los inmigrantes es extraordinario.”
Viaña lo sabe por experiencia ya que, desde hace años –luego de una exitosa inserción que supuso el aprendizaje de la lengua, la revalidación de su título en pedagogía y maestrías en psicología y servicio social cursadas en Quebec–, ella misma participa de un organismo para refugiados latinoamericanos en la pequeña y apacible ciudad de Sherbrooke, donde hoy vive. Y si de adaptación se trata, basta con decir que otro de sus hijos es hoy el candidato más firme a ocupar la presidencia del Partido Liberal canadiense.
“Algunos creen que uno llega a América del Norte y se hace rico –afirma ahora, con cara de haber pasado por casi todo–. No es así, hay que romperse bien el lomo. Eso sí, aquí todo sacrificio en ese sentido tiene su premio.”
Chinchulines no
Mario Nemirovsky, profesor de inmunología, estaba dando clases en una universidad estadounidense y, en 1971, le atrajo la posibilidad de trasladarse a Sherbrooke, donde buscaban docentes extranjeros que hablaran francés. Al poco tiempo, él y su esposa tenían el estatuto de inmigrantes residentes. Hoy, ya jubilado, sigue estrechamente vinculado a la Universidad y es fácil creerle cuando dice que está contento de vivir allí: “Nada es regalado, todo es producto del esfuerzo de cada uno. Pero Quebec sabe recibir muy bien, con respeto y mucho calor humano. A veces se habla de xenofobia aquí. Existe, sin duda, en algunos niveles, pero no es una política oficial y no se puede comparar con lo que pasa en Estados Unidos, donde los latinos son considerados material descartable”.
María Nemirovsky, la mujer de Mario, comenta con humor su propia integración: “Siempre me sentí muy bien aquí. Hice muchos esfuerzos, porque todo es muy diferente: Sherbrooke no es Buenos Aires, hubo que adaptarse, pero fui muy bien recibida. Fui una de las que inauguró el servicio de acogida a refugiados, donde trabaja Mónica Viaña ahora. Yo tenía mis estudios y quise revalidarlos. Estudiar aquí es muy fácil. Yo cursé en Sherbrooke Educación de Adultos. Estoy contenta de vivir aquí, pero voy a Buenos Aires todos los años porque sigo sintiéndome argentina. Y trato de mantener rituales: escuchar tango, comer dulce de batata y dulce de leche, tomar mate... Encontré un carnicero al que le enseñé los cortes de carne argentinos e incluso a hacer chorizos. Pero hasta ahora no he conseguido que quiera hacer chinchulines”.
Texto: Guillermo Saavedra 
Reglas de juego
"El principal problema para nuestros inmigrantes –dice el cónsul argentino, Jorge Riaboi– es entender la cultura nueva en la que se insertan. Por ejemplo, hemos tenido casos de gente que protagonizó episodios de violencia familiar; algo que tal vez en la Argentina no sería encuadrado de esa forma, como amenazar a la pareja de viva voz, aquí significa ir preso y someterse a un proceso. En general, hay un orden distinto, con reglas que se cumplen rigurosamente. La salud es garantizada por el Estado, pero un turno para el médico puede suponer tres meses de espera. La lengua es otra cuestión para tener en cuenta: el francés que se aprende en la Argentina es diferente del que se habla aquí, un francés regional con giros y significados distintos. Las relaciones laborales también son muy diferentes, y las posibilidades de trabajo dependen de la profesión y el nicho en que se la ejerza. A pesar de estas salvedades, creo que en comparación con otros países, los argentinos tienen pocos problemas de adaptación. Esta es una sociedad fácil de integrar si uno está dispuesto a aceptar sus reglas. No esperen un paraíso, pero sí un lugar donde el esfuerzo rinde sus frutos.”

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